La eutanasia, palabra de origen griego (de "eu", bien y "thánatos", muerte) que significa "buena muerte", es, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, el acortamiento voluntario de la vida de quien padece una enfermedad incurable, para poner fin a sus sufrimientos.

En las prácticas de eutanasia siempre hay al menos dos personas como participantes, y dependiendo de sus actos son los tipos de muerte voluntaria o asistida que entran en consideración en el debate. Las diferencias se dan en el ámbito de quién realiza la acción sin la cual el enfermo seguiría con vida.
Eutanasia activa
Es el acto en que la vida del enfermo es terminada por la acción de otra persona que busca justamente este resultado. Por ejemplo, administrando una inyección letal, una sobredosis de drogas u ocasionando un paro cardiorrespiratorio. La eutanasia pasiva causa el mismo resultado, pero producto de una omisión de los tratamientos que mantienen con vida al paciente.
El suicidio asistido
Se diferencia de la eutanasia en que es el mismo enfermo el que realiza el acto final, pero un tercero le ha facilitado las cosas para que así sea. Por ejemplo, poniendo una jeringa con veneno en la vena del paciente, para que éste sea quien se inyecte el líquido. Un conocido ejemplo de esto es la "máquina de la muerte" del doctor Jack Kevorkian, mediante la cual la persona sólo tenía que presionar un botón para que una emisión de monóxido de carbono acabara con su vida. Más de cien personas murieron asistidas por este médico entre 1990 y 1998. Kevorkian cumple ahora una condena de 10 a 25 años de cárcel por homicidio en segundo grado.
La eutanasia lenitiva
Se da cuando la muerte es producto de los efectos secundarios de algún tratamiento contra el dolor. La salvedad es que los medicamentos y acciones que se toman para con el enfermo no buscan su muerte, sino aliviar su sufrimiento en vida, y se entiende que el deceso puede ser una consecuencia aceptable de esta acción.
En el polo opuesto se encuentra la distanasia o encarnizamiento terapéutico, que consiste en mantener con vida a un enfermo con medidas exageradas, costosas, desproporcionadas y a veces hasta peligrosas. Es una forma de mantener a una persona con vida a cualquier precio, a veces incluso aumentando su dolor. Como medida para contrarrestar esto existe la adistanasia, que consiste en retirar los tratamientos excesivos, lo que trae la muerte natural de la persona.
Los argumentos que condenan y defienden la eutanasia se nutren de varias fuentes, desde concepciones filosóficas, pasando por consideraciones religiosas y solidarias hasta fundamentos netamente pragmáticos.
Quienes ven la eutanasia como una forma válida y digna de morir se basan en la idea de que el hombre es dueño de su propia vida y que como tal tiene el intrínseco derecho de ponerle fin, especialmente si esa vida consiste únicamente en dolor y sufrimiento sin posibilidad de mejora. Además se aduce que sólo se adelanta un final de todas maneras inevitable y que con esto no sólo se pone acaba una larga agonía, sino que también se da un alivio a la familia que sufre junto con el enfermo y que muchas veces debe hacerse cargo de los costosos tratamientos médicos que lo mantienen con vida.
Los que atacan la eutanasia refutan la concepción de que el hombre es dueño de su vida. Según ellos la vida es un valor en sí mismo de origen divino que la persona sólo administra, no posee. Consideran que la eutanasia no es más que un eufemismo para encubrir un homicidio o un suicidio y que la mejor solución es dar una muerte digna al enfermo mediante el alivio de su dolor en vida en espera del deceso natural, es decir, hacer la existencia de la persona lo más cómoda posible hasta su fallecimiento inevitable. Otros argumentos apuntan a que legalizar la eutanasia da pie para que los familiares de un enfermo grave le den muerte obedeciendo a intereses materiales o monetarios, hace que los médicos contravengan el juramento hipocrático y hace que el Estado renuncie al deber de proteger la vida de las personas.
El «Derecho a Morir» y el «Matar por Misericordia»
Hace algún tiempo, los partidarios de la eutanasia, conscientes de que el pueblo estadounidense no está dispuesto a empezar a matar a sus propios ciudadanos, inventaron el término «suicidio asistido» como un eufemismo que pretende ocultar su verdadera intención: legalizar la eutanasia en el país. La eutanasia es matar al paciente con o sin su consentimiento, mientras que el suicidio asistido sería proporcionarle fármacos o herramientas para que se mate, como solía hacer el tristemente célebre «Dr. Muerte», Jack Kevorkian.
En los últimos años, las batallas por la legalización del suicidio asistido han aumentado. Con votaciones en Washington, California y Oregon, y su aprobación en este último estado ha surgido una total contradicción para el ejercicio natural de la medicina, que implica dispensar medicinas para salvar vidas y no para matar personas.
El Fiscal General de Estados Unidos, John Ashcroft, ha pedido detener tales prácticas no sólo por ser inmorales sino por ir contra las leyes federales que regulan el uso de narcóticos para aliviar el dolor de pacientes enfermos. Que el pueblo de Oregon haya votado a favor del suicidio asistido no legitima esta inmoralidad y sólo revela la ignorancia y confusión de la gente debido a la fuerte propaganda a favor. Si se legalizara el suicidio asistido en Estados Unidos se abrirían totalmente las puertas a la eutanasia ya que la mayoría de candidatos para estas prácticas serían pacientes con enfermedades crónicas como Alzheimer y otras demencias seniles (se calcula que hay más de tres millones de americanos viviendo en asilos), así como pacientes terminales con cáncer y SIDA.
Todos estos son pacientes con muy poca lucidez mental para tomar decisiones tan trascendentales y muchos de ellos están profundamente deprimidos por la situación difícil que atraviesan. En una cultura de muerte como la que vivimos, lo que es verdad y lo objetivo se relativiza con facilidad. La cultura y la publicidad están muchas veces al servicio de grupos de poder e interés como los partidarios de la eutanasia.
Un buen ejemplo es la propaganda a favor del suicidio asistido que promociona los mal llamados «derecho a morir» y «matar por misericordia». El «derecho» a morir simplemente no existe ya que uno no elige morir, así como uno no elige nacer, o no elige respirar. La muerte es parte natural de la vida del ser humano. Comprendo que en una cultura como la que vivimos donde nos hemos acostumbrado a hablar e inventar nuevos «derechos», algunos lectores se sientan incómodos con esta afirmación.
El suicidio es ilegal en Estados Unidos y existe justificación, considerando que la mayoría de suicidas son personas con problemas mentales y la mitad de ellos han visitado un médico por esa razón en los meses anteriores a suicidarse «Matar por misericordia» es otra aberración debido a que sólo Dios da la vida y sólo Él la puede quitar. Los veterinarios comúnmente «matan por misericordia» animales enfermos que ya no son útiles para el hombre, pero en este caso, hablamos de seres humanos.
La dignidad de la persona humana es trascendental porque el hombre ha sido creado por Dios y reconciliado por el Señor Jesús. No hay situación ni dolor que lleve a una persona a «valer menos», ser «menos digna» o «perder su dignidad». Numerosos documentos de la Iglesia comentan el tema como la Declaración sobre la eutanasia (1980), publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe; el documento del Pontificio Consejo «Cor Unum» titulado Cuestiones éticas relativas a los enfermos graves y a los moribundos (1981); la encíclica Evangelium Vitae (1995) del Papa Juan Pablo II y la Carta a los Agentes Sanitarios, elaborada por el Pontificio Consejo para la pastoral de la salud (1995).
En diciembre del año 2000, la Academia Pontificia por la Vida publicó un documento sobre la dignidad de la persona moribunda, en el cual se explica cómo la visión subjetiva de los que contemplamos el dolor y no entendemos el valor del sufrimiento humano, conduce a la desesperanza de considerarlo intolerable optando por la muerte como única salida. Rechazar la idea misma de sufrimiento, está cada vez más difundida en una sociedad dominada por el falso bienestar y el hedonismo. En el nombre de la autonomía, la persona que tiene responsabilidad sobre su cuerpo y su vida, traiciona su esencia fundamental cuando atenta contra su vida.
La autonomía personal tiene como primer presupuesto el hecho de estar vivos y exige la responsabilidad del individuo, que es libre para hacer el bien según la verdad; y sólo llegará a afirmarse a sí mismo, reconociendo que ha recibido como don su vida, de la que, por consiguiente, no es «amo absoluto». En definitiva, suprimir la vida significa destruir las raíces mismas de la libertad y la autonomía de la persona. El Papa Juan Pablo II en su mensaje a los enfermos en México en 1999 recordó que «el dolor es un misterio, muchas veces inescrutable para la razón. Forma parte del misterio de la persona humana, que sólo se esclarece en Jesucristo, que es quien revela al hombre su propia identidad. Sólo desde Él podremos encontrar el sentido a todo lo humano. El sufrimiento -como he escrito en la Carta Apostólica Salvifici Doloris - 'no puede ser transformado y cambiado con una gracia exterior sino interior [...] Pero este proceso interior no se desarrolla siempre de igual manera [...] Cristo no responde directamente ni en abstracto a esta pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe su respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo».