
El término sarcofago deriva del latín sarcophagus, siendo éste la transcripción de σαρκοφάγος, palabra griega compuesta σαρκος - φαγος, que en castellano se traduciría como «el que devora la carne». La palabra proviene de la expresión lithos sarkophagos (λιθος σαρκοφάγος). La explicación del nombre surge con Eratóstenes y la recoge Plinio el Viejo. Comentan que el nombre se debía a que los griegos los construían con un tipo de piedra calcárea muy porosa procedente de las canteras de Assos, en la Tróade, que en poco tiempo consumía los cadáveres.
Historia

En el Antiguo Egipto el sarcófago estaba relacionado con los rituales de embalsamamiento y momificación, tendentes a conseguir la vida eterna. Los sarcófagos eran depositados en mastabas, pirámides, hipogeos, y otros tipos de sepulturas o edificaciones funerarias. Son destacables los sarcófagos antropomorfos elaborados en piedra, oro, plata o madera policromada. Es célebre el de Tutankamon (Tut-anj-Amón), faraón de la dinastía XVIII, descubierto por Howard Carter en el Valle de los Reyes, frente a Tebas. Estaba elaborado en cuarcita y albergaba tres ataúdes y la momia, que portaba una máscara funeraria de oro y piedras preciosas.

Los sarcófagos, tanto de metal o yeso así como de piedra caliza, también fueron utilizados por los romanos hasta que apareció la costumbre cristiana del enterramiento en sepulcros, con lo que cayó en desuso el sarcófago.
Otros significados
La palabra sarcófago también fue utilizada para describir la gran estructura erigida en torno a los restos de la central nuclear de Chernóbil para aislarla del entorno, tras el accidente de Chernóbil.
El nombre de la mosca de la familia Sarcophagidae tiene la misma raíz pero distinto significado. Es conocida vulgarmente como moscarda de la carne porque sus larvas se desarrollan en la carroña y el estiércol, así como en los tejidos vivos de las personas y otros animales.