Salvador Sanchez
La herida que se abrió el 28 de octubre de 1978 en el Coliseo Roberto Clemente de San Juan, Puerto Rico, aún estaba abierta. El tremendo cañonero boricua Wilfredo Gómez había dado una paliza auténtica al entonces campeón mundial de peso gallo, Carlos Zárate, que había subido al cuadrilátero disminuido por una gripe y con fiebre. Las condiciones no le importaron a Arturo Cuyo Hernández, manager de Zárate, que menospreció a Gómez a pesar de las soberbias demostraciones que había dado en las cinco defensas previas que había realizado del cinturón supergallo del Consejo Mundial de Boxeo.
Entre las víctimas figuraban dos mexicanos. Raúl Tirado y Juan Antonio López. Ellos dos, como los otros tres retadores, habían sido noqueados sin piedad por el puertorriqueño, convertido para entonces en un peso pluma natural, peleando en la división inferior. Además de todo, Gómez era hablantín, presuntuoso, joven al fin, a sus 21 años, se sentía dueño del mundo y tenía en sus puños, dos poderosas razones que en teoría lo avalaban.
Invicto y con 32 victorias, todas ellas obtenidas por la vía del nocaut, era señalado por los apostadores como la gran amenaza para el campeón mundial de peso pluma del propio Consejo Mundial de Boxeo, Salvador Sánchez Narváez.
EN SANTIAGO TIANGUISTENGO.
La fama no le había llegado sólo porque sí, a pesar de que en la opinión de algunos de los más renombrados periodistas de boxeo de aquella época, Salvador Sánchez era un peleador frío y calculador, había obtenido la corona mundial derrotando a uno de los mas feroces peleadores norteamericanos que se recuerden, Danny "Coloradito" López, un hijo de pieles rojas auténticos que había causado furor en el oeste de la Unión Americana.
Sal Sánchez provenía de ese pintoresco pueblito ubicado en el Estado de México, famoso entonces por sus deliciosas carnitas, pero sobretodo por ser la tierra del ex gobernador Carlos Hank Gonzalez Humilde de corazón pero de grandes convicciones, Sal había sido manejado en sus inicios por don Agustín Palacios y posteriormente por don Cristóbal Sánchez, ambos, en la lista de los mejores managers que ha tenido el boxeo mexicano en su historia.
FIRME CAMPEON.
Salvador había obtenido la oportunidad de disputar el título mundial por sus cualidades, pero siendo honestos, más aún por la gran relación de su apoderado, el Lic. Juan José Torres Landa con el presidente del Consejo Mundial de Boxeo, don José Sulaimán, (incluso desde los tiempos en que apoderaba a Vicente Saldivar) quien ya desde entonces pugnaba porque los peleadores mexicanos tuvieran la oportunidad de disputar coronas universales. Sulaimán había sido electo presidente del CMB en 1975 en Túnez y había desarrollado una gran relación con muchos promotores que vieron con agrado sus planes para reforzar la seguridad y la proyección del deporte de los puños.
El más inteligente, por no decir oportunista de todos, era Don King, que en su guerra personal con la poderosa Top Rank, comandada por el abogado de Harvard, Bob Arum, lo había desplazado en el control de muchos de los peleadores más importantes de aquellos días como Roberto Durán, Alexis Arguello y Marvin Hagler, sin mencionar al más grande e importante de todos, Mohamed Alí que había tronado su relación con King tras la pelea de Kinshasa en la que derrotó a Foreman para recuperar el campeonato mundial. Tras la victoria sobre el "Colorado", Salvador realizó cinco exitosas defensas de la corona, ganándose a pulso un prestigio que antes de ser campeón mundial difícilmente se hubiera creído que lograría. Paseándose con señorío por el sur de los Estados Unidos, Sánchez cautivó a los paisanos mexicanos que lo apoyaron en sus defensas en Tucson, San Antonio y El Paso, pero sobre todo, se le abrieron las puertas de Las Vegas, entonces reservada sólo para los verdaderos estrellas del boxeo.
NEGOCIOS SON NEGOCIOS.
Don King había favorecido a Sal Sánchez y le había dado la oportunidad de disputar el título ante López por la relación con Sulaimán y más tarde con Torres Landa a pesar de que el mexicano estaba clasificado nueve en las listas del CMB.
Por lo tanto, si ya le había invertido, y sabía que los mexicanos eran buen negocio como lo había probado con otros muchos que habían estado bajo sus promociones, encaminó sus planes a una megafunción en la que el evento estelar estaría a cargo del deslumbrante Wilfredo Gómez y la naciente figura, Salvador Sánchez. Mexicanos y boricuas habían protagonizado grandes batallas a lo largo de la historia desde el combate entre Sixto Escobar y el Chango Casanova en Montreal a finales de los 30´s por el título mundial gallo, por lo que la rivalidad estaba garantizada, más aún porque quedaba fresca, muy fresca la imagen del triunfo de Wilfredo sobre Zárate apenas tres años antes.
GLAMOUR.
La Casa de los Campeones, el legendario Caesars Palace de Las Vegas rompió muchos récords la noche del 21 de agosto de 1981, el circuito cerrado de la transmisión de la pelea generó más de dos millones y medio de dólares, una cifra escalofriante para aquellos tiempos. Los boletos alcanzaron cifras récord de hasta 5 mil dólares y una multitud se reunió en la arena al aire libre, acondicionada en el estacionamiento trasero del hotel para presenciar lo que se anunció como una auténtica guerra de titanes.
Grandes personalidades del espectáculo y el deporte se reunieron para presenciar el evento, desde la italiana Sophia Loren y renombrados actores como Sean Connery, o el campeón mundial de la Fórmula Uno Nicky Lauda, hasta glorias del boxeo como Max Schmeling, Sonny Liston, Joe Frazier y el legendario Joe Louis.
LA TARDE.
No había empezado a oscurecer en Las Vegas cuando los protagonistas de la batalla se encaminaron al cuadrilátero. Antes de enfilarse al ring, Wilfredo tocó la puerta del vestidor de Sal para gritarle "tómate una foto para que te reconozcas después de la pelea…"
La gira promocional, los encuentros y las declaraciones generaron un caldo de cultivo especial para que el día de la pelea, la serenidad habitual de Salvador se rompiera por completo. La concentración, alejado del mundanal ruido y las tentaciones, allá en San Miguel de Allende, Guanajuato, en la finca propiedad de su apoderado, le había permitido al campeón, alcanzar una soberbia condición física que habría de poner a prueba apenas unos minutos después. En medio de la pasión, los gritos, las porras, los insultos mutuos entre aficionados, llegó la hora de la verdad. Jimmy Lennon Sr. hizo la presentación de los contendientes. "Quince rounds por el campeonato mundial de peso pluma del Consejo Mundial de Boxeo… En la esquina azul, con un peso de 126 libras, de Las Monjas, Puerto Rico, con un récord de 32 victorias y un empate con 32 nocauts, el vigente campeón mundial de peso supergallo, Wilfredo Gómez… En la esquina opuesta, de Santiago Tianguistengo, México, con 126 libras, con un historial de 42 peleas profesionales, 40 victorias, un empate y una derrota con 30 triunfos por la vía del nocaut, el campeón defensor de peso pluma del Consejo Mundial de Boxeo… Salvador Sánchez…" Y explotó el escenario…
NO TE LO ACABES.
Apenas sonó la campana y el referi filipino Carlos Padilla les indicó la señal de que iniciaba el combate, Salvador se abalanzó como una fiera herida sobre Wilfredo Gómez. Una larga derecha a la cara, luego la izquierda, de nuevo la derecha arriba y el gancho de izquierda abajo. Gómez caminó en reversa trastabillante.
Con poderosos golpes que sacudían la cabeza del puertorriqueño, Salvador avanzaba tratando de cazarlo, hasta que un soberbio cañonazo de derecha estalló en el mentón del boricua que lo desmembró parecía que lo mandaba a lona, pero se enredó en las cuerdas y cayó mientras el público mexicano delirante se ponía de pie para festejar la golpiza que estaba destrozando al presuntuoso puertorriqueño, cuando apenas habían pasado 40 segundos de ese primer round, hasta que alguien le gritó "No te lo acabes Salvador, no te lo acabes, hazlo sufrir, que se trague todo lo que te dijo…" Como si Salvador hubiese escuchado esas palabras, dio un paso atrás, esperó a que se levantara su rival y en cierta forma lo consintió hasta el final del primer episodio. Cuando sonó la campana se fue a su esquina sonriendo.
El rostro de hielo tenía expresión… Años después me contaría el hoy desaparecido Cristóbal Rosas que le dijo a Salvador: "No es justo que lo acabes ahorita, ya lo tienes, pero no te lo acabes, llévatelo unos cuantos rounds más, yo te digo, sólo sigue así y cuídate de su izquierda…” Salvador hizo la pelea perfecta, fue demoliendo a su soberbio retador, que incrédulo de lo que le sucedía, seguía pensando que podría derrotarlo de alguna forma.
Pero no hubo camino. Sal se defendió cuando tuvo que hacerlo, caminó de frente y a partir del quinto round y tras los intentos de Gómez de hacer algo en la pelea en el segundo y cuarto episodios, no dio un solo paso atrás, propinando una descomunal golpiza al puerorriqueño, cuyo rostro fue convirtiéndose con el paso de los rounds en una máscara amorfa, sanguinolenta, con un ojo cerrado, abultado, amoratado y el otro, apenas abierto para contemplar su propio sacrificio.
Cuando llegó el octavo episodio, Salvador sabía que había llegado el momento, salió al sonar la campana con la firme intención de acabar a su rival.
Con un boxeo que sólo el gran Julio Cesar Chavez podría haber igualado, con certeros lancetazos al rostro y dos soberbias combinaciones de derecha e izquierda, Sánchez envío a un rincón del cuadrilátero a Gómez, quien trató a duras penas de contener el poderoso ataque de un sublime campeón que con elegantes pasos laterales y felinos desplazamientos se quitó los golpes de su retador, que fue sacrificado en la zona de cuerdas de forma inclemente y casi enviado fuera del cuadrilátero, hasta que el réferi Carlos Padilla intervino poniendo fin a la inclemente y despiadada golpiza que estaba propinando el mexicano a su rival, como si con cada puñetazo, vengara las derrotas de todos sus compatriotas.
DESTINO.
En Puerto Rico se guardó poco menos que duelo nacional por la derrota de su hasta entonces invencible campeón mundial, mientras que en México había nacido un nuevo ídolo, un hombre que llevaría de regreso al boxeo mexicano a la cima de este deporte, aunque el regocijo duraría apenas once meses…
La madrugada del 12 de agosto de 1982 un fatal accidente automovilístico en la carretera México-Querétaro cortaría de tajo el camino a la gloria, que no a la leyenda, del joven Salvador Sánchez Narváez, quien se preparaba para otra defensa de su corona. Hace cuatro años en Puerto Rico, durante la convención de la Organización Mundial de Boxeo, tuve la oportunidad de platicar con Wilfredo Gómez, quien reconocería que a pesar de todas sus habladurías y charlatanerías antes del combate "Se muy bien que nunca, de ninguna manera, habría podido derrotar al gran Salvador Sánchez…"