El célebre compositor perdió literalmente su testa, pero afortunadamente después de muerto. Tras su fallecimiento en 1809, un grupo de frenólogos que pensaban que la esencia del talento y de otras facultades artísticas podían descubrirse estudiando el cráneo de un genio, decidieron apoderarse de la cabeza del compositor. Dicho y hecho, los sabios fueron al cementerio y, como si fueran vulgares saqueadores de tumbas, profanaron el sepulcro de Haydn y decapitaron el cuerpo. Hubo que esperar hasta 1920 para que un investigador decidiera seguir el rastro del robo y descubriera que la calavera del músico había ido pasando de mano en mano, hasta que en 1839 fue comprada por la Academia de Música de Viena. Y efectivamente, el detective la encontró allí, conservada en una urna de cristal casi como si fuera un objeto de culto religioso.